En la antigüedad, cuando
uno quería saber qué es lo que iba a suceder en tal o cual
situación no tenía más que dirigirse a un lugar sagrado donde los
dioses le respondían sus preguntas a través de sus intérpretes
(sacerdotes y pitonisas). Allí se realizaba una ceremonia en la cual
se pretendía averiguar el futuro. En Grecia se la llamaba manteia,
siendo conocido entre los romanos por oracula. Tal vez el
oráculo más conocido sea el de Delfos, dedicado al dios Apolo.
En la actualidad, cuando
uno quiere saber qué es lo que va a suceder en tal o cual situación
no tiene más que consultar a Horangel, el horóscopo chino, o la
revista Viva de Clarín. Es la versión moderna del oráculo. Sólo
que en vez de hablar los dioses, hablan los astros. En vez de
pitonisas, tenemos a Ludovica Squirru. Ellos creían en idioteces,...
y nosotros seguimos creyendo.
Una de las
características de los oráculos es la ambigüedad. Veamos el
ejemplo de Creso, rey de Lidia. Planeaba una guerra contra el reino
de Persia. Como era un hombre prudente, no quería arriesgarse a
emprender una guerra sin tener la seguridad de ganarla. Al consultar
al oráculo de Delfos sobre la cuestión, recibió la siguiente
respuesta: Si Creso emprende la guerra contra Persia, destruirá un
reino poderoso. Contento con la predicción, de la cual infirió la
destrucción de los persas, inició la guerra. En poco tiempo fue
derrotado por Ciro, el rey persa. Tan rápido como pudo se fue a
quejar a los sacerdotes de Delfos, quienes le contestaron que la
predicción fue correcta: Al emprender la guerra, Creso destruyó un
poderoso reino, ¡el suyo!.
Esta característica, a
saber, la ambigüedad, es apreciable también en los horóscopos. Si
uno lee: “alguien lo visitará”, “rosas y espinas”, “tendrá
que vérselas con la realidad”, o frases por el estilo, piensa que
lo están boludeando. Voltaire decía que cuando un adivino predice
prosperidad y otro predice pobreza, uno de los dos es un
clarividente. Hay una gran probabibilidad de acierto, aunque lo que
se dice no es nada interesante. En cuanto arriesgan un poco, fallan.
Una semana en la que no gasté más que para el colectivo, mi
horóscopo decía: “en breve tendrá que desembolsar una suma
considerable”. Si considerable se refería a abundante, grande o
cuantiosa, es evidente que le pifió. Lo que sucede con las
predicciones ambiguas es que de alguna manera uno se ingenia para
relacionarlas con lo que le pasa. Si miro el cielo y quiero ver un
auto en vez de una nube, no significa que sea un auto. Las nubes son
nubes, pero en mi mente toman la forma que a mí me parece. Esto
sucede mucho con las interpretaciones de Nostradamus. Se lee “La
sangre correrá en un vasto campo” y se dice que predijo la segunda
guerra mundial. Son profecías cuyo sentido se lo comprende luego de
que pasaron, y eso no sirve de mucho que digamos.
También suele aparecer
en los horóscopos la predicción de sorpresas. Sorpresa: “Una
acción inesperada cambia el curso de una historia”; “Se entera
antes que nadie”; “Las tardes de sol se disfrutan a pleno”. La
enciclopedia define sorpresa como la impresión producida por algo
que no se esperaba. Si la sorpresa nos es dicha con anterioridad a
que suceda, se convierte en esperada, y si se convierte en esperada,
en ese mismo momento deja de ser sorpresa, porque es paradójico que
una sorpresa sea esperada y se negaría ya desde su propia
definición. Tenemos varias alternativas. Una sería cambiar la
denominación de ese fragmento. Otra sería objetar que no se sabe
cuándo será la sorpresa, aunque decir que las tardes de sol se
disfrutan a pleno no deja lugar a la duda. Pero si siguen objetando
lo mismo (que no se sabe cuándo sucederá), yo les pregunto de qué
diablos les sirve saberlo. Realmente esta crítica se le debe hacer
al horóscopo en su totalidad. Si los astros deciden nuestro futuro,
y por esa razón uno puede predecirlo, significa que hay un
determinismo. La única forma de cambiar nuestro destino sería
modificando el movimiento de los astros. Veámoslo en forma más
clara: Si la acumulación planetaria –cito a Waldo Casal- de la
Luna, Mercurio, Marte, Saturno, bajo el signo de Piscis, otorga
misterio y emotividad, significa que si se da esa acumulación
planetaria, habrá misterio y emotividad (si x, entonces y;
se da x; entonces y). En tal momento se da esa
acumulación planetaria, por lo tanto, indefectiblemente, habrá
misterio y emotividad. Si pudiesen cambiarlo, significa que los
astros fallaron en su predicción. Pero si sucederá de esa manera,
para qué cominos quieren saber que habrá misterio y emotividad si
no podrán cambiarlo.
Con respecto al último
punto tratado, veamos un ejemplo de la tragedia griega para
esclarecerlo: Edipo. Layo y Yocasta eran los padres de Edipo. El
oráculo le había dicho a Layo que cualquier hijo que tuviera con
Yocasta sería su asesino. Por esta razón quiso deshacerse de Edipo.
Hay dos versiones al respecto, pero no vienen al caso. Lo cierto es
que Edipo terminó en Corinto como hijo adoptivo de los reyes. Un
día, Edipo, fue a consultar al oráculo su futuro, y éste le
contestó: ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!.
Creyendo que se refería a los reyes de Corinto, se decidió a huir.
En el viaje se cruzó a Layo (su verdadero padre, aunque Edipo no lo
sabía) y, luego de una disputa, lo mató. Luego venció a la
Esfinge, fue proclamado rey de Tebas y se casó con la reina Yocasta
(su verdadera madre, aunque Edipo no lo sabía). Hasta aquí la
historia griega, o al menos el fragmento que nos interesaba. Si uno
consulta al oráculo es porque cree que lo que dice es verdad. Si el
oráculo le dijo a Layo que su hijo lo mataría, por más que se
deshiciera de su hijo, éste lo iba a matar. Ahora, si no estaba del
todo convencido, ¿para qué se deshizo de su hijo?. La profecía
oracular no era “si tu hijo sigue contigo te matará”, sino,
“cualquier hijo que tengas te matará”. Algo similar le sucede al
propio Edipo. El oráculo le dice que matará a su padre y se casará
con su madre. Por más que huya, la predicción iba a cumplirse. Al
parecer, estos personajes creen en el oráculo, pero a la vez
descreen. Primero le creen, luego intentan evitar el destino, y en
ese mismo instante están descreyendo, ya que piensan que de esa
manera no se cumplirá lo que el oráculo predijo. Creen y descreen a
la vez, como todos los que leen el horóscopo. Piensan que conociendo
su futuro van a poder cambiarlo. A esos pelafustanes le falta una
gran cuota de coherencia metafísica. Si el horóscopo basa su
adivinación en un principio determinista (nuestro futuro depende
exclusivamente de los astros), es imposible modificar el destino.
Decídanse: o es imposible adivinar el futuro, o es imposible
modificarlo. Las dos cosas no.
Otra
característica de los horóscopos es que no todas son predicciones.
Uno puede leer “Consuma más frutas”; “Prefiera los lugares
aislados”; “Camine tres veces por semana”. No me dice que voy a
consumir más frutas, sino que me está ordenando que lo haga. Ahora
no me vengan con el cuento de que los astros dan consejos
alimenticios, o de cualquier otra clase.
Para
darle prestancia a mis humildes y deficientes pensamientos voy a
citar a San Agustín. En el capítulo 6 del libro X de las
Confesiones realiza una refutación de la astrología. Primero
pone el ejemplo de dos personas que nacieron al mismo tiempo: una
perteneciente a una ilustre familia y la otra, hija de una esclava.
Examinando las constelaciones, las predicciones debían ser las
mismas, y sin embargo la realidad era otra. “Por ese mismo hecho
deduje de forma muy cierta que los pronósticos que, examinadas las
constelaciones, salen verdaderos, no es por acierto del arte, sino de
la suerte, y los que salen falsos, no es por impericia del arte, sino
por error de la suerte”1.
Algo similar sucede con los mellizos que nacen con una ínfima
diferencia temporal, lo que no debiera justificar vidas tan dispares
como el caso de Esaú y Jacob2.
Trazar
la carta natal de un argentino, o de un italiano, no presenta mayores
dificultades. Pero en las regiones polares los planetas están
siempre cercanos al horizonte y nunca altos en el cielo. En el
horóscopo de un esquimal puede ocurrir que varios planetas se
agrupen en la casa astrológica correspondiente al amor, y en cambio
no haya ninguna vinculada con la salud. Por lo tanto el destino de
ese individuo sería bueno y malo al mismo tiempo3
y en cuanto a la salud, ni una cosa ni la otra. En la situación
extrema, pero posible, de que alguien naciera exactamente en alguno
de los dos Polos (norte o sur), no se podría trazar su carta natal.
Esa persona carecería de destino. No creo que los astrólogos tengan
respuesta para estos planteos, excepto que algún planeta amigo se lo
responda al oído.
No
sé por qué, pero el hombre siempre ha intentado conocer su futuro.
Será porque su pasado lo conoce (aunque no tan bien, de lo contrario
no existiría el psicoanálisis) y su presente lo está viviendo. El
único tiempo que desconoce es el futuro. El futuro es el tiempo que
ha de venir, algo que todavía no es, o mejor dicho, que es un será.
El ayer es pasado, el mañana es misterio y el hoy es un regalo, y
por eso se llama presente.
El
personaje central de la historia mundial, aquel que la dividió en
dos eras, puede ayudarnos a resolver este tema. Cierta vez, mientras
hablaba del Juicio final, dijo: “En cuanto a ese día y a la hora,
nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el
Padre”4.
Tal vez omitió decir “y los astrólogos”, pero no lo creo.
Aprendamos de Cristo, y en vez de querer conocer nuestro futuro para
cambiarlo a nuestro antojo, digamos con Él: “Padre mío, si es
posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya”5.
María, su madre, ya nos había dado el ejemplo al contestar: “yo
soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”6.
Y ahora nos dice: “Hagan todo lo que Él les diga”7.
Dios, el mismo que creó los astros, lo creó al hombre libre. Es de
tontos creer que el movimiento de tal o cual estrella, o el brillo de
tal o cual constelación, va a influir tanto en nuestras vidas que,
irremediablemente, nos irá mal en el trabajo, bien en el amor, sin
sobresaltos en el tema de salud y alguien nos visitará de improviso.
Preocupémonos por conocer la voluntad del Padre y vivir conforme a
ella, y la recompensa será grande. “No son los que dicen Señor,
Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que
cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo”8.
1
Agustín, San. Confesiones, Libro X, cap. 6.
2
Cfr. Gn 27.
3
Algo imposible según el principio de no contradicción (y el
sentido común).
4
Mc 13, 32.
5
Mt 26, 39.
6
Lc 1, 38.
7
Jn 2, 5.
8
Mt 7, 21.
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