lunes, 20 de febrero de 2012

La escritura, la inspiración y otras yerbas


Debo confesar que antes que escritor soy un gran lector. Este acto de sinceridad me permite hablar de la escritura desde un enfoque bastante novedoso: comenzaré escribiendo como un lector. Indudablemente, y más allá de cualquier propósito, finalizaré plasmando en esta hoja de papel mi concepción de la escritura y responderé la pregunta disparadora y fundamental: ¿qué lo lleva al hombre a escribir?.
Comencemos. ¿Qué puede decir uno desde la posición de lector sobre el arte de escribir?. Sabemos que en un libro “el último colaborador, tal vez el decisivo, es el lector” (Dolina), que “acabada al obra, queda como inconclusa y en rigor tiene acabamiento o desarrollo en el lector: la creación se prolonga en el espíritu del que lee” (Sábato) y que “cualquier obra de arte, aunque no se entregue materialmente incompleta, exige una respuesta libre e inventiva, si no por otra razón, sí por la de que no puede ser realmente comprendida si el intérprete no la reinventa en un acto de congenialidad con el autor mismo” (Eco). Al leer un libro uno lo está escribiendo junto con el escritor, lo está re-escribiendo, lo está con-escribiendo (si es que me permiten este neologismo). Y de tanto escribir junto a los autores que leo, termino mimetizándome o siendo influenciado por sus ideas, estilos, expresiones, etc. Desde este lugar es que estoy convencido de que los siguientes escritores son colaboradores involuntarios de mi pensamiento y escritura: Dolina, Marechal, Sábato, Borges, Cortázar y Bioy Casares (como verán, todos son argentinos). Leer sus obras despierta en mí deseos incontrolables de ponerme a escribir. Sus escritos son fuentes de inspiración para los míos y tal vez, sólo tal vez, mis humildes garabatos dejen traslucir chispas del fuego de su magnífico arte.
Aquí es donde se me hace necesario, vaya a saber uno por qué maldita y misteriosa razón, repensar el tema de la vocación artística. Creo que en esto hay dos puntos fundamentales que son la inspiración y la necesidad fatal de escribir.
Pero vayamos parte por parte, dijo Jack el destripador. Primero analicemos el tema de la inspiración. Adán Buenosayres, prototipo del personaje marechaleano, define la inspiración de la siguiente manera: “En un momento dado, ya sea porque recibe un soplo divino, ya porque, ante la hermosura creada, siente despertar en sí una entrañable reminiscencia de la hermosura infinita, el poeta se ve asaltado por una ola musical que lo invade todo, hasta la plenitud, a semejanza del aire que llena los pulmones en el movimiento respiratorio”. Dolina, en su texto titulado La musa, hace algunas consideraciones importantes. Cuenta que “los antiguos creían que los artistas no eran sino instrumentos de los dioses... (y que) ...de poco servían sin la intervención de las musas... Por eso al comienzo de cada canto pedían explícitamente una ayuda sobrenatural, invocando a la diosa... La psicología, esa colección de mitos de nuestro tiempo, desmiente la intervención de la diosa y la reemplaza por otros estímulos menos convincentes. Lo cierto es que el artista siente, a veces, que le dictan o le cantan en el oído. O mejor todavía, siente que una fuerza que le es exterior lo impulsa a cumplir los arduos trabajos del arte”. Marechal en el comienzo del Descenso y ascenso del alma por la belleza escribe: “Podría ser que mi lector, ganado ya por el anuncio de tan ambiciosos planes, aguardará la invocación a las Musas con que los antiguos profesores de amor iniciaban sus discursos, en los tiempos en que se pedía el favor de lo Invisible para tratar de cosas invisibles”. El artista para realizar una obra de arte (escribirla en estos casos) necesita de la inspiración, o lo que llamaremos metafóricamente el favor de las musas. Dolina al comenzar su opereta criolla hace una Invocación a la Diosa:

“Durante mucho tiempo me ha gustado creer que todo buen
verso estaba al final de un camino lleno de espantos y pena.
El sendero poético que me atreví a imaginar conducía a un
lugar más glorioso cuanto mayores eran los sufrimientos del
camino. Los malvados elegían un camino fácil,
que no llevaba a ninguna parte.
Más tarde, Robert Graves me reveló una verdad:
existe la musa y es la mujer que uno ama.
Desventuras de última hora me hicieron ver que tal vez ambas
intuiciones son ciertas. El camino difícil es el camino del
enamorado y del poeta. Ese camino es el que conduce a
la diosa, que es la mujer amada y la única que conoce
–o nos hace conocer- la música buscada”.

Para Tarkovski, “el artista es un vasallo que tiene que pagar los diezmos por el don que le ha sido concedido casi como un milagro”. Sería falso decir que un artista busca su tema, sino que éste va madurando en él como un fruto y le impulsa hacia la creación. El artista no decide cuándo y qué escribir, necesita el auxilio de las musas. “La creatividad es para él la única forma de vida posible, y cada una de sus obras supone un acto al que no se puede negar libremente”. En este punto se tocan la inspiración artística y la necesidad fatal de escribir. Veamos un texto de Borges llamado El milagro secreto, que nos puede servir para explicar la vocación literaria. Cuenta la historia de Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, para quien el problemático ejercicio de la literatura constituía su vida.  Hadlík fue arrestado por las blindadas vanguardias del Tercer Reich (su apellido materno era Jaroslavsky) y condenado al paredón de fusilamiento. Mientras estaba preso pensó que su obra Los enemigos estaba incompleta y le quedaban muy pocos días de vida. Le pidió a Dios un año de gracia para poder terminar su obra y Éste se lo concedió. Al otro día fue llevado al paredón de fusilamiento y cuando el sargento vociferó la orden final, el universo físico se detuvo. Los soldados (y él mismo) quedaron inmóviles. Mientras tanto en su mente transcurría un año entre la orden y la ejecución para poder terminar Los enemigos. Fue revisando, ampliando, corrigiendo y mejorando su obra. Finalmente dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo epíteto. Lo encontró... Inició un grito enloquecido, movió la cara y la cuádruple descarga de fusilamiento lo derribó. En ese mismo instante murió.  Hasta aquí Borges. Creo que al escritor le sucede algo parecido. Cuando está creando una obra no puede dejar de hacerlo por nada del mundo; cuando una idea ronda en su cabeza debe terminarla para poder estar en paz. Si está inspirado, se siente obligado a escribir. No puede reprimir ese impulso que lo lleva a crear; no se siente libre de decidir si hacerlo o no. Por eso mismo digo que la vocación literaria es una fatalidad. Escribir no es grato. Es grato haber escrito. Pero como dice Adán Buenosayres: “el verdadero poeta lo sacrifica todo a su vocación. ¡Oigan bien, hasta su alma!”.
El último libro de Alejandro Dolina comienza con una escena atípica. Un fantasma se le presenta en la plaza Devoto y le pide que escriba un libro que él mismo no pudo realizar y lo condenó a ser espectro. La recompensa es una flor para enamorar a la mujer de su vida. Pienso que esta escena y el resto de los encuentros con el fantasma explican a la perfección todo lo expuesto en este punto. Dolina confiesa: “El fantasma soy yo... Creo que algo parecido al encuentro con un fantasma sucede en la vocación literaria. Casi ese relato es una alegoría de la vocación literaria: la aparición de fantasmas, o de entidades aparentemente exteriores al escritor, que lo empujan. Después está la pereza de ambos. Los dos, sin conversarlo jamás, sienten que completar un libro es un verdadero castigo. Pero también sienten que no hay más remedio que hacerlo”. La inspiración y la necesidad fatal de escribir.
Finalmente cumplí con lo prometido: escribir como lector. Esta breve pegatina de ideas es una recopilación de diversas y conversas concepciones de la escritura leídas por ahí. Hay muy poco, diría que casi nada, sobre cómo funciona en mí este noble y maravilloso arte de la escritura. Es más, posiblemente no comparta, existencialmente hablando, varias de las afirmaciones aquí vertidas. Quedo comprometido para mi próxima intervención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario