sábado, 6 de octubre de 2012

El Filósofo que quería ser Existencialista

         Esteban deambulaba hacía muchos años por los distritos filosóficos. Sus conocimientos de gnoseología, lógica y metafísica eran abrumadores (en la medida que un conocimiento puede ser abrumador). Manual que aparecía, manual que leía. Las alturas teóricas eran su campo de acción, aunque este tipo de acción era lo más parecido a una inacción. Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, Kant y unos cuantos más eran sus compañeros de viaje.
            Entre tantos manuales, aparecidos y leídos, encontró la figura de un tal Martin Heidegger. Se indignó ante su postura despectiva hacia la metafísica y se decidió a leerlo. En ciertas ocasiones uno lee no tanto por afinidad sino por contraposición. A veces para criticarlo o encontrarle puntos débiles y el resto de las veces por lo mismo. Apenas (y a penas) se inmiscuyó en algunas de sus obras (comenzó con “Ser y Tiempo” y “El origen de la obra de arte”) y descubrió un lenguaje ininteligible. Sus colegas justificaban la oscuridad de su discurso en la imposibilidad de decir lo Absoluto; él se contentaba con denigrar un estilo muy poco pulido y, mucho menos, claro y racional.
            En una de sus clases sobre Descartes expuso su famosa frase: “Cogito, sum”, que algunos traducen como “Pienso, luego existo”. Él se encargó de demostrar la preeminencia del pensamiento por sobre la existencia. Decía: “La única forma de darnos cuenta de que existimos es si pensamos; por lo tanto si pensamos, existimos”. En pleno desarrollo uno de esos alumnos molestos (que afortunadamente siempre hay) opinó: “No me parece que sea tan claro que primero pensemos y después existamos. Creo que porque existimos podemos pensar”. La clase se sobresaltó. Esteban ignoró esa voz que venía desde el fondo y continuó exponiendo el tema.
Pero Agustín, “el alumno rebelde” según lo llamaban, no se quedó con la intriga. Tenía un tío que, pese a no haber seguido ninguna carrera, había leído mucho sobre estos temas. Como dice un amigo, no es lo mismo la Facultad de Filosofía que la Facultad de Filosofar. Y en este personaje se daba más bien la segunda parte, siendo que no así la primera. Agus le contó lo sucedido y Ruben, bajando la voz como quien va a contar un secreto, se dispuso a charlar con él. Le dijo que esa frase, “cogito, sum”, no hacía referencia a una sucesión cronológica. “No es que primero pienso y después existo, sino que si estoy pensando es porque existo”, concluyó. “Además –agregó- un argumento muy similar lo utilizó el gran San Agustín diez siglos antes que él”. Entonces le citó un pasaje del obispo de Hipona: “si fallor, sum”. Si dudo, soy. Finalmente Ruben le comentó algunas ideas de la filosofía existencial y lo despidió esperando, y ansiando, volver a verlo.
A la clase siguiente Esteban quiso desarrollar el argumento del genio maligno. Agustín lo interrumpió y se despachó con todo lo que había aprendido de su tío. Sus compañeros se entusiasmaron. Ciertas veces nace en nosotros ese deseo de que el más débil se imponga por sobre el poderoso, más cuando el poderoso es nuestro profesor y mucho más cuando nosotros nos contamos dentro del grupo de los desamparados. Esteban contestó como pudo. Le dijo que la esencia era superior a la existencia, que Agustín era teólogo y no filósofo, y que seguramente no comprendía la diferencia entre lógico y cronológico. Sonó el timbre. Esteban bajó su dedo acusador. Agustín bajó la cabeza. Esteban bajó la nota de Agustín. Sus compañeros bajaron al recreo.
Esteban bajó a la biblioteca de su casa buscando un libro. Recordó que hace tiempo sus compañeros de filosofía le habían hecho una broma de mal gusto regalándole “La Filosofía de la Existencia”. Con sólo ver ese libro la indignación volvió a reavivarse en sus ojos. ¡Filosofía de la Existencia!, se dijo. ¡No va a comparar! (su conciencia detectaba su tono irónico y burlesco). Mientras uno lee sobre el Ser, las Ideas, lo Uno, lo Inmutable, estos mercenarios de la verdad (con minúscula) sólo saben discurrir acerca de los seres, las ideas, lo múltiple y lo cambiante. Vamos a darle una rápida leída para encontrarle sus puntos flojos y poder rebatirlos de una vez por todas.
A medida que se embarcaba en la lectura, más se apasionaba. Y desacostumbrado como estaba a la pasión, se dejó llevar. Cada autor que se nombraba hacía surgir en él unas ganas locas e incontrolables de leerlo. Lápiz en mano, no pasaba hoja sin que la marque, subraye o realice una notación marginal. Estaba realmente encantado, maravillado, subsumido, hipnotizado, asombrado. Terminó de leer y tomó una decisión: “quiero ser un filósofo existencialista”, dijo en voz muy alta.
Para llevar a cabo su cometido comenzó por conseguir la mayor cantidad posible de obras filosóficas al respecto. Tenía que reemplazar su biblioteca entera. Era una conversión. Empezó leyendo a San Agustín, y continuó por Kierkegaard y Pascal. Después siguió con Sartre. Finalmente leyó a Unamuno, Jaspers y Marcel.
Pero estas lecturas no colmaban su sed existencial. Entonces pasó a la literatura. El arte –pensó- podrá abrirme puertas inimaginables. Tal vez tenían razón mis colegas: el misterio sólo se puede nombrar con palabras poéticas. Leyó a Sartre pero no lo llenó. Pasó a Camus, Malraux y finalmente a Sábato. Esas ficciones, esos personajes, despertaban en él sentimientos encontrados. Descubrió que su vida era tensión. Y qué otra cosa es la filosofía existencial sino descubrir que la vida es tensión.
Pese a todo lo leído no se consideraba un filósofo existencialista. ¿Por qué? ¿Qué lo diferenciaba de aquellos? Y se hizo la pregunta crucial: ¿qué es lo que llevó a estos hombres a escribir así?. La respuesta no se hizo esperar: su vida. La vida de estos pensadores y escritores los había llevado a ser existencialistas. Entonces –dedujo- leyendo sus biografías tendré una idea más acabada de sus obras.
Uno es uno y sus circunstancias, dijo Ortega y Gasset. Los condicionamientos externos y las tendencias internas nos llevan también a ser quiénes somos. La vida es compleja. Y lo es, principalmente, porque somos libres. Todo esto va tejiendo nuestra vida. Cada decisión, cada elección y renuncia, cada suceso, cada hecho, son fragmentos de nuestra biografía. Nuestra vida es un libro que vamos escribiendo, ayudados o no por otros escritores voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes (en todos sus sentidos). Podemos afirmar que uno es lo que escribe, pero también es lo que no escribe. Luego de todas estas reflexiones inútiles, o no, se dispuso a leer. Y leyó todo. Al menos todo lo que encontró. Es verdad que mucho no buscó pero, al fin y al cabo, para qué más.
Ya había leído las obras filosóficas, las obras literarias, sus biografías, y sin embargo no lograba ser un filósofo existencialista. ¿Qué me falta?, se preguntaba. Vivir una vida similar a la de ellos, se respondía. Y ¿cuál es el denominador común de todas esas vidas?, se preguntaba. El dolor y el sufrimiento, se respondía.
Se decidió a sufrir. Quería experimentar el dolor, el abandono, la muerte, para poder llegar a ser un gran filósofo existencialista. ¿Qué era lo que más amaba en la vida?. A su mujer y sus hijos. Y comenzó por allí. Comenzó a tratar muy mal a su mujer, a mentirle, a basurearla y terminó por engañarla. Todo esto destrozaba su corazón. Y el de ella también, razón por la cual más le dolía lo que estaba haciendo. Finalmente ella optó por dejarlo y llevarse a sus hijos. Este abandono lo destruyó. Escribió: “el abandono es lo más parecido a la muerte”. El filósofo existencialista nacía en él.
Intentó intentar suicidarse pero no pudo intentar ese intento. Habrá sido por el instinto de supervivencia. Lo cierto es que se estaba volviendo un amargado, un sufrido. Quiso dejar el trabajo pero no pudo: lo echaron antes. Ya no frecuentaba los asados de amigos, no por falta de asados sino por falta de amigos. ¿Quién quiere estar con un desdichado por motus propio?. Hay tanta gente que sufre sin saber por qué, que uno no entiende a quien se arruina la vida a sabiendas. Y son más de los que creemos.
            Publicó un libro que fue todo un éxito: “¿Cómo ser un filósofo existencialista y no morir en el intento?”. Obtuvo reconocimientos de todo el mundo. Su libro fue un best seller y ocupó los primeros lugares durante algún tiempo. Pero Esteban no sabía qué hacer. Toda su vida, al menos los últimos años, había luchado por conseguir esto. ¿Y ahora?. Si se ponía feliz por tantos halagos temía dejar de ser un existencialista. Pero a la vez si se amargaba y sufría por miedo a dejar de ser un existencialista: ¿de qué sirvió tanto esfuerzo?. Su vida realmente era tensión. El incipiente filósofo existencialista estaba dejando lugar al Gran Filósofo Existencialista.
            Escribió: “Mi vida es tensión. Siento, a la vez, alegría y desdicha. Me alegra ser un filósofo existencialista. Me siento desdichado por alegrarme de ser un filósofo existencialista lo que inmediatamente haría que deje de serlo. Y si dejo de serlo ya no podría alegrarme de ser un filósofo existencialista. Aunque si no me alegro de ser un  filósofo existencialista puedo continuar siendo un filósofo existencialista. Y si continúo siéndolo podría alegrarme. Y así...”.
            Años después, un tal Agustín Cuore, publicaba un libro titulado: “El filósofo existencialista que murió en el intento”. Transcribimos algunos fragmentos a modo de conclusión:

Recuerdo a aquel profesor. Esteban era autoritario y metafísico. Luego de aquel incidente del que fui testigo privilegiado (y actor principal) su vida cambió... Lo que nunca entendió es que no se puede buscar el sufrimiento como fin porque una vez logrado uno se complace en obtener lo buscado. El dolor y el sufrimiento vienen, se presentan, vaya a saber uno por qué misteriosos caminos...
Si somos felices: ¿qué importa la filosofía que profesamos?. Además: ¿qué es ser un filósofo existencial? ¿Sufrir?. No creo. Yo soy feliz y me considero existencial. No tuve las experiencias de dolor y abandono que tuvieron los grandes autores existenciales, pero tuve otras. Amo y soy amado. Y eso me mantiene en la existencia. Amo y soy Amado...
El hombre es tensión. La tensión no es movimiento pero tampoco es quietud; es inquietud. El arco tensa la cuerda porque cada extremo tira para su lado. Esa cuerda no está en movimiento pero tampoco está quieta; está inquieta. Eso es el hombre: un ser de corazón inquieto...
La existencia se encuentra en el dolor, en el sufrimiento, en el abandono y en la nostalgia, pero también podemos hallarla en la alegría, en la felicidad, en la verdad, en la belleza y en el amor. La existencia es todo eso. La existencia es el ser del hombre; sólo el hombre existe...
¿El profesor?. Se suicidó”.

sábado, 28 de abril de 2012

El buzo sin su botón

             Me desperté a las siete y cuarto, me levanté a las ocho y media, me terminé de vestir a las nueve menos veinticinco, y salí desesperado para llevar a mi hermanito al colegio.
            Al salir una fuerte ráfaga de viento me hizo sentir el frío, especialmente en la zona del cuello. Como bufanda a mano no tenía (igual no la hubiese usado) me cerré, inconscientemente, los botones del cuello del buzo. Inmediatamente me di cuenta que un tiempo atrás (me refiero a semanas), esto, a saber, cerrarme los botones del cuello del buzo, no hubiera sido posible. Durante mucho tiempo utilicé este buzo sin uno de sus botones, mitad por la vagancia que me daba tener que coserlo, y el resto también. Pero un día tuve una buena (eu) noticia (angelos) [evangelio]. Una vez, como tantas, que le había prestado (que me había robado) mi buzo, mi novia, cansada de verme sin el botón, se decidió a coserlo. Al ir a su casa y enterarme lo que había hecho tuve una sensación extraña: sorpresa y alegría coexistían en mi alma.
Hoy, al sentirme protegido por su hermoso gesto, no hago más que reflexionar sobre este tema. Y entre pensamiento y pensamiento, arribé a una conclusión: amar, no es otra cosa que descubrir la ausencia de un botón en el buzo del ser amado y decidirse a cosérselo. 
Hilando un poco más fino (y no me refiero a coser el botón), de este detalle tan simple se puede arribar a una definición, por aproximación, del verbo amar (es importante saber que es un verbo, pero ese es tema de otra reflexión). Para enaltecer un poco la pobreza de mi pensamiento voy a citar a Santo Tomás, él decía: “Ubi amor, ibi oculos” (donde hay amor, allí hay ojos). Los ojos del enamorado captan simples detalles de amor, donde el resto de las personas ve, solamente, gestos rutinarios. Uno puede ver millones de sonrisas en la vida, pero ninguna será un recuerdo tan nítido, y a la vez tan hermoso, como la sonrisa del ser amado. Del mismo modo, el enamorado se da cuenta de las “ausencias de botones” donde los demás ven, simplemente, un ojal vacío.
El amor no es ciego, por el contrario, abre los ojos atentos a las cosas que a otros se les escapan. Sólo el que ama observa esos detalles y ve, a través del corazón, la necesidad del amado. No olvidemos que los ojos del enamorado son los ojos del corazón. Y una vez vista esa necesidad va a intentar saciarla, cubrirla, remediarla. El que ama desea ver a la persona amada lo mejor posible,  no quiere que le falte “ni un solo botón”. Intentará, por todos los medios, “cosérselo”. Y digo por todos los medios, porque cuando se tiene un “para qué” se soportan todos los “cómo”. No hablo de un “para qué” utilitario, pragmático, sino de darle un sentido, y si hay algo que da sentido a nuestra vida, eso es el amor.
Dicen por ahí que “sólo se vive el tiempo en que se ama”, y San Agustín agrega: hagas lo que hagas, hazlo por amor”, aunque sea coserle el botón a un buzo (esto último lo agrego yo).

jueves, 22 de marzo de 2012

Besos ahorrados

-Vos siempre el mismo –le dice Vanina.
-Es que yo soy así y vos no me vas a cambiar -retruca Mario.
            La pelea se produjo quién sabe porqué. El hecho es que ambos se pusieron a caminar sin dirigirse la palabra. Ni siquiera osaron cruzar sus miradas. Así habrán avanzado unas tres cuadras hasta que de repente el chico se frena, calcula, carga, y larga un tremendo escupitajo.
-¡Sos un cerdo! -le grita Vanina horrorizada.
Mario la miró; su mirada combinaba odio, sarcasmo e ironía. Finalmente, le dijo:
-Tan sólo estoy descargando toda la saliva acumulada debido a todos los besos que no te di en el camino.

jueves, 8 de marzo de 2012

Un día especial

Si uno revisa una agenda más o menos buena va a encontrar que todos los días se celebra algo. Desde el día mundial de la alimentación (15/10) hasta el día de las bibliotecas populares y de la sonrisa que caen el mismo día (23/9). Uno de los días más conocidos en la Argentina (por algo será) es el 1º de Mayo, el día del trabajador. Sobre este tema nos escribe el polifacético Giancarlo Razzone en el cuarto capítulo de su primer libro Usando la cabeza:
“Si el 1º de Mayo es el día del trabajador, es incomprensible que no se trabaje en esa fecha. Es como si el día del niño, éstos se conviertan en ancianos, jóvenes o adultos; como si el día de la madre mi vieja fuera mi viejo, mi abuelo o algún desconocido, pero nunca mi madre; es como si el día de mi cumpleaños yo no fuera yo. Por lo tanto afirmo, sin temor a equivocarme, que lo correcto debe ser que el 1º de Mayo se trabaje”.
Esto repercutió en trabajadores y sindicalistas que, armados, llegaron a puertas de su casa y se hicieron oír. Este hecho fue la musa inspiradora que lo llevó a escribir inmediatamente su segundo libro Cuidando mi cabeza, donde expresa lo siguiente:
“Por ser el 1º de Mayo el día del trabajador, vuelvo a decir que en esta fecha se debe trabajar. Profundizando un poco más puedo afirmar que debe ser el único día del año en que se trabaje”.
Este párrafo demuestra lo tribunero que fue el libro, y la facilidad de encontrar la forma de seguir usando la cabeza.
            Para iluminar un poco este tema traigamos la opinión de nuestro amigo Agustín Cuore: “En cuanto a la celebración de determinados temas en determinadas fechas se puede hablar de una calificación o graduación. Con esto quiero decir que no es lo mismo el día del canillita que el día del padre. El ser canillita es una profesión (entendiéndose por esta palabra un trabajo), y el ser padre es una vocación. La vocación es nuestro primer llamado, lo que debemos ser, la profesión es lo que hacemos, que nos va a llevar a ser, a realizar plenamente nuestra vocación. Por esta razón el día del canillita, éste no ejerce, y en cambio el día del padre, éste debe seguir cumpliendo su rol, porque él no hace de padre, es padre. Una vez que se es padre ya no se puede dejar de serlo. Se me dirá, y con razón, que no todos los padres cumplen su rol, y yo les contestaré, no sin menos razón, que están en lo correcto. Pero atención, esto no quita que sean padres, lo que sucede es que no hacen de padres...”. Más adelante agrega: “En conclusión que el 1º de Mayo no se labure, y que el día de la madre haya festichola. Al fin y al cabo hay que celebrar”
            Siendo ya las 00:00hs. Del día 1 de Mayo dejo de escribir este artículo tan interesante en donde[1]


[1] Nota de la editorial: No hay ningún error de edición, así llegó la obra a nuestras manos.

domingo, 26 de febrero de 2012

A veces no sé


A veces no sé
si ser romántico o salvaje,
si mirarte en forma tierna o desnudarte con los ojos,
si besarte o partirte la boca,
si acariciarte o tocarte,
si extasiarte o excitarte,
si extasiarme o excitarme.
O las dos cosas.
A veces no sé.

viernes, 24 de febrero de 2012

Análisis de frases

Agustín Cuore y sus compinches solían reunirse para divagar sobre cualquier tema. Una buena cerveza era la excusa para delirar sobre asuntos de diversa índole. Cierto día comenzaron a desmenuzar, diseccionar, discernir, desenmarañar, desentrañar y analizar frases. De aquella tarde inolvidable es producto el famoso, y olvidable, libro de nuestro gran pensador. Su original título es “Análisis de frases”. Veamos una selección de textos.

·       “La reina Cristina se carteaba con Descartes”.

Esta frase nos cuenta una de las tantas anécdotas que nos dejó la historia. Es muy utilizada por las feministas que se enorgullecen de que una mujer, la reina Cristina, se carteaba con un filósofo tan importante como René Descartes. 
Una de las últimas veces fue hacia 1653. Estaban jugando al truco y, mientras Descartes meditaba qué carta tirar, ella sacaba el as de espadas de su manga real. Todo acabó en la mano siguiente cuando la reina ganó un falta envido con 34 exhibiendo sus dos “siete de espadas”. Él, metafísicamente hablando, la mandó a limpiar el palacio.
Hay otra interpretación, tal vez la más conocida, que es producto de los lamentables manuales de historia. Cuentan que la reina Cristina le escribía cartas a Descartes y este las contestaba. Allí trataban temas de toda índole: políticos, filosóficos, etc.
A mí sigue gustándome la primera opción por una sencilla razón: no van a comparar una aburrida correspondencia con un emocionante partidito de truco.


·       “Sartre era ateo, mientras que Edith Stein conversa”.

Sartre era ateo, es cierto. Pero en honor a la verdad debemos decir que no todo el tiempo. O al menos eso es lo que nos indica la frase citada. Jean Paul era ateo sólo durante los momentos en que Edith Stein charlaba con alguien. Que en todas las obras de Sartre se respire ese ateísmo acérrimo se debe al sexo de Stein quien por ser mujer no paraba de hablar un instante.
Algunos pretenden refutar esta frase diciendo que Edith era de leer muchos libros y durante ese instante Sartre no debía ser ateo. Yo les pregunto a esos refutadores insulsos que se la dan de suspicaces, ¿qué es leer un libro sino dialogar con el autor, los personajes, ex-lectores, comentaristas y nuestra propia vida?. Debemos agregar que posiblemente ambos dormían en horarios semejantes. Es por todas estas razones que quedan muy pocas huellas del no ateísmo de Sartre (momentos en que Stein no charlaba) si no es que ninguna.
Hay otra interpretación con pretensiones de validez y es, no sabría decir porqué, la más difundida. Explica que Sartre no creía en Dios, mientras que Edith Stein se había convertido del judaísmo al cristianismo. Dejo en manos de los lectores la elección. La primera es más convincente, aunque debo reconocer que la segunda es más científica.

·       “La Maga le dijo que su hijo se llamaba Rocamadour, como su padre”.

Aquí tenemos que dilucidar un problema clave en la literatura contemporánea. Cuando dice “su padre”, ¿al padre de quién se refiere?.
    1. Al padre de Rocamadour
    2. Al padre de la Maga
    3. Al padre del interlocutor
En realidad, y para evitar problemas, conviene creer que no se llamaba Rocamadour. O que sí se llamaba así pero no se debía a su padre. Leamos lo que escribió Julio Cortázar en Rayuela: “la Maga se limitaba a decir que su hijo se llamaba como su padre pero desaparecido el padre había sido mucho mejor llamarlo Rocamadour”. Gracias Julio.
Por lo tanto, y como conclusión, podemos decir: ¿qué nos importa al padre de quién se refiere?.

Entre las frases más recordadas encontramos “soy un fenómeno” de I. Kant, “todo es relativo” de A. Einstein, “lo importante es competir” de A. Smith, “la vida es una moraleja en una caja” de Upi T. y “un aplauso para el asador” de un empleado del crematorio de la Chacarita.
El libro recopila un total de seiscientas sesenta y seis frases. La última dice: “El libro recopila un total de seiscientas sesenta y seis frases”.
Sin esta frase –escribe Cuore- no llegaría al número aquí vertido. ¿Y qué importa?. Precisamente la frase se refiere al libro y la frase es parte del libro.
La segunda edición de la obra cambió de título por razones comerciales y pasó a llamarse “Análisis de 666 frases”. Fue todo un éxito.

martes, 21 de febrero de 2012

Escrito inspirado sobre la escritura

            ¿Por qué escribo? Realmente nunca me lo pregunté en primera persona, o al menos no en forma seria y profunda. Y si me lo pregunté, jamás me lo respondí. Y si me lo respondí, realmente no me acuerdo, lo que para el caso es como si no lo hubiese hecho. Ese porqué inicial se pregunta sobre el fundamento, la causa de mi escritura. Por ejemplo, tenía un amigo que luego de un desengaño amoroso (su novia se había ido con otro) escribió una novela sobre el tema y dijo una frase que quedó grabada en mi memoria: ¿por qué cuernos escribo?. Pero también es interesante plantearme: ¿Para qué escribo?. Esto apunta al sentido. Simplificando mucho diríamos que una pregunta se refiere al origen y otra a la meta, al comienzo y al fin.
            Dicen que Platón dijo que “al contacto con el amor, todos se vuelven poetas”. Y tal vez desde aquí se puedan responder las dos preguntas. O tal vez no. Es que uno escribe porque ama y para que lo amen. O no. El amor de una mujer nos lleva a escribir y escribimos para que ella se enamore de nosotros. Todo esto tiene una estrecha relación con el petrarquismo. Hay algo milagroso en la mujer amada. El amor es un estímulo para el poeta, la mujer amada se convierte en la musa y uno se encomienda a ella antes de escribir. Este emprendimiento conlleva la idea de mejoramiento, de ir mejorando conforme avanza la obra. Y al final del camino, más como símbolo poético que como realidad, lo espera la mujer amada. La mujer es arco y blanco a la vez. Origen y meta. Está al comienzo y espera al final. Como le digo a mi amada: “La escribí por vos y es para vos”.
Pero no todo es amor. A veces ese amor no se concreta (en la mayoría de los casos diría otro amigo) y entra en juego otro sentimiento: el sufrimiento. Creo que ambos son los motores del arte: el sufrimiento y el amor. He escrito tantas veces por el amor que sentía por ella y el sufrimiento de no tenerla...
La primera estrofa de un poema que escribí hace unos años, dice así:

“Amada mía, hoy vuelvo a escribirte
es ese el destino al que fui llamado
pero no como algo que deseo
sino como una imperiosa necesidad
de decirte que te amo

            Pero con el tiempo noté (en realidad mi novia me hizo notar con sus interminables quejas) que mermaba la cantidad de escritos conforme avanzaba la vida y se acumulaban los meses y los años juntos. Es que yo reconocía que hubo tiempos en que decía: “Amada mía hoy vuelvo a escribirte, es ese el destino al que fui llamado” y aparecía casi todos los días con una carta para ella. Recuerdo aquellos días y no puedo olvidar la facilidad que tenía para plasmar mis pensamientos más profundos en unas pequeñas y humildes líneas. Me sucedía como a Martín Fierro, que decía:

Yo no soy cantor letrao
Mas si me pongo a cantar
No tengo cuando acabar
Y me envejezco cantando
Las coplas me van brotando
Como agua del manantial.

Pero ya no sucede así e intentaré justificarme. Cuanto menos tiempo la veo, siento mayor necesidad de escribirle. La extraño más, me faltan sus caricias, besos, sonrisas, extraño su dulzura, ternura... en fin, me falta ella. Y frente a eso siento la imperiosa necesidad de decirle que la amo. Lo que sucede es que el arte es hijo de la ausencia. El arte nos habla de algo que falta, que no está. Nos habla de algo especial, atípico, extraordinario, maravilloso, sorpresivo, y si por alguna casualidad nos habla de lo de todos los días, no lo hace en la forma acostumbrada. Y está bien. Para lo de todos los días están los diarios, la revista Caras, la chusma de enfrente y Utilísima Satelital. Y es en esto en lo que el arte se asemeja al amor. El amor es algo especial, atípico, extraordinario, maravilloso, sorpresivo, y tiene la magia de convertir lo de todos los días en algo nuevo, único e irrepetible. Si pasan más de cinco días y no la veo, soy capaz de escribirle un soneto:

“Te extraño, y siento en este día
que me falta tan sólo tu presencia,
que difícil poder llevar tu ausencia,
que difícil llenarme de alegría.

Mi alma sumergida en la tristeza
evoca tu sonrisa en esta noche,
y yo no le haré ningún reproche
si así lo quiso Dios en su grandeza.

Es raro no tenerte aquí a mi lado,
es triste este dolor que me lastima,
me pasa por estar enamorado.

Te busco, aunque sé que aquí no estás,
mientras reza sin cesar mi corazón:
amor mío, ya pronto volverás”

Con respecto a la necesidad fatal de escribir que nombré en el anterior ensayo, realizaré una descripción fenomenológica de lo que genera en mí. A veces estoy acostado a punto de dormirme y se me ocurre una idea brillante para desarrollar. Primero me digo de escribirla al otro día apenas me levante, pero la idea me perturba y el miedo a olvidarla para siempre no me deja dormir. Intento ordenarme que me levante y la escriba pero no puedo, ya que el modo imperativo no tiene primera persona. Finalmente me destapo, me levanto, prendo la luz (con los ojos achinados por tanta luminosidad frente a las tinieblas que me envolvían), busco un pedazo de papel, una birome o algo parecido que escriba, y me dispongo a esbozar las ideas básicas del pensamiento que no me dejaba dormir. Incluso esta idea la escribí, en sus líneas principales, una noche de tantas cuando la genialidad logró vencer al sueño.
Por último, descubrí que hay una cierta cantidad de escritos que no responde a lo expuesto anteriormente. Algunos son ensayos, como el que estoy insinuando en este papel. Otros, a falta de buen criterio, los catalogaría como divertimento intelectual. Por ejemplo cuando me pongo a analizar una frase:

·       “La reina Cristina se carteaba con Descartes”

“Esta frase nos cuenta una de las tantas anécdotas que nos dejó la historia. Es muy utilizada por las feministas, que se enorgullecen de que una mujer, la reina Cristina, se carteaba con un filósofo tan importante como René Descartes. Una de las últimas veces fue hacia 1653. Estaban jugando al truco y, mientras Descartes meditaba qué carta tirar, ella sacaba el as de espadas de su manga real. Todo acabó en la mano siguiente cuando la reina ganó un falta envido con 34, exhibiendo sus dos “siete de espadas”. Él, metafísicamente hablando, la mandó a limpiar el palacio.

Hay otra interpretación, tal vez la más conocida, que es producto de los lamentables manuales de historia. Cuentan que la reina Cristina le escribía cartas a Descartes y éste las contestaba. Allí trataban temas de toda índole: políticos, filosóficos, etc. A mí sigue gustándome la primera opción, por una sencilla razón: no van a comparar una aburrida correspondencia con un emocionante partidito de truco”.


            Podría terminar este escrito inspirado sobre la escritura con un poema. Pero he decidido no hacerlo. Soy libre, o al menos eso creo.

lunes, 20 de febrero de 2012

La escritura, la inspiración y otras yerbas


Debo confesar que antes que escritor soy un gran lector. Este acto de sinceridad me permite hablar de la escritura desde un enfoque bastante novedoso: comenzaré escribiendo como un lector. Indudablemente, y más allá de cualquier propósito, finalizaré plasmando en esta hoja de papel mi concepción de la escritura y responderé la pregunta disparadora y fundamental: ¿qué lo lleva al hombre a escribir?.
Comencemos. ¿Qué puede decir uno desde la posición de lector sobre el arte de escribir?. Sabemos que en un libro “el último colaborador, tal vez el decisivo, es el lector” (Dolina), que “acabada al obra, queda como inconclusa y en rigor tiene acabamiento o desarrollo en el lector: la creación se prolonga en el espíritu del que lee” (Sábato) y que “cualquier obra de arte, aunque no se entregue materialmente incompleta, exige una respuesta libre e inventiva, si no por otra razón, sí por la de que no puede ser realmente comprendida si el intérprete no la reinventa en un acto de congenialidad con el autor mismo” (Eco). Al leer un libro uno lo está escribiendo junto con el escritor, lo está re-escribiendo, lo está con-escribiendo (si es que me permiten este neologismo). Y de tanto escribir junto a los autores que leo, termino mimetizándome o siendo influenciado por sus ideas, estilos, expresiones, etc. Desde este lugar es que estoy convencido de que los siguientes escritores son colaboradores involuntarios de mi pensamiento y escritura: Dolina, Marechal, Sábato, Borges, Cortázar y Bioy Casares (como verán, todos son argentinos). Leer sus obras despierta en mí deseos incontrolables de ponerme a escribir. Sus escritos son fuentes de inspiración para los míos y tal vez, sólo tal vez, mis humildes garabatos dejen traslucir chispas del fuego de su magnífico arte.
Aquí es donde se me hace necesario, vaya a saber uno por qué maldita y misteriosa razón, repensar el tema de la vocación artística. Creo que en esto hay dos puntos fundamentales que son la inspiración y la necesidad fatal de escribir.
Pero vayamos parte por parte, dijo Jack el destripador. Primero analicemos el tema de la inspiración. Adán Buenosayres, prototipo del personaje marechaleano, define la inspiración de la siguiente manera: “En un momento dado, ya sea porque recibe un soplo divino, ya porque, ante la hermosura creada, siente despertar en sí una entrañable reminiscencia de la hermosura infinita, el poeta se ve asaltado por una ola musical que lo invade todo, hasta la plenitud, a semejanza del aire que llena los pulmones en el movimiento respiratorio”. Dolina, en su texto titulado La musa, hace algunas consideraciones importantes. Cuenta que “los antiguos creían que los artistas no eran sino instrumentos de los dioses... (y que) ...de poco servían sin la intervención de las musas... Por eso al comienzo de cada canto pedían explícitamente una ayuda sobrenatural, invocando a la diosa... La psicología, esa colección de mitos de nuestro tiempo, desmiente la intervención de la diosa y la reemplaza por otros estímulos menos convincentes. Lo cierto es que el artista siente, a veces, que le dictan o le cantan en el oído. O mejor todavía, siente que una fuerza que le es exterior lo impulsa a cumplir los arduos trabajos del arte”. Marechal en el comienzo del Descenso y ascenso del alma por la belleza escribe: “Podría ser que mi lector, ganado ya por el anuncio de tan ambiciosos planes, aguardará la invocación a las Musas con que los antiguos profesores de amor iniciaban sus discursos, en los tiempos en que se pedía el favor de lo Invisible para tratar de cosas invisibles”. El artista para realizar una obra de arte (escribirla en estos casos) necesita de la inspiración, o lo que llamaremos metafóricamente el favor de las musas. Dolina al comenzar su opereta criolla hace una Invocación a la Diosa:

“Durante mucho tiempo me ha gustado creer que todo buen
verso estaba al final de un camino lleno de espantos y pena.
El sendero poético que me atreví a imaginar conducía a un
lugar más glorioso cuanto mayores eran los sufrimientos del
camino. Los malvados elegían un camino fácil,
que no llevaba a ninguna parte.
Más tarde, Robert Graves me reveló una verdad:
existe la musa y es la mujer que uno ama.
Desventuras de última hora me hicieron ver que tal vez ambas
intuiciones son ciertas. El camino difícil es el camino del
enamorado y del poeta. Ese camino es el que conduce a
la diosa, que es la mujer amada y la única que conoce
–o nos hace conocer- la música buscada”.

Para Tarkovski, “el artista es un vasallo que tiene que pagar los diezmos por el don que le ha sido concedido casi como un milagro”. Sería falso decir que un artista busca su tema, sino que éste va madurando en él como un fruto y le impulsa hacia la creación. El artista no decide cuándo y qué escribir, necesita el auxilio de las musas. “La creatividad es para él la única forma de vida posible, y cada una de sus obras supone un acto al que no se puede negar libremente”. En este punto se tocan la inspiración artística y la necesidad fatal de escribir. Veamos un texto de Borges llamado El milagro secreto, que nos puede servir para explicar la vocación literaria. Cuenta la historia de Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, para quien el problemático ejercicio de la literatura constituía su vida.  Hadlík fue arrestado por las blindadas vanguardias del Tercer Reich (su apellido materno era Jaroslavsky) y condenado al paredón de fusilamiento. Mientras estaba preso pensó que su obra Los enemigos estaba incompleta y le quedaban muy pocos días de vida. Le pidió a Dios un año de gracia para poder terminar su obra y Éste se lo concedió. Al otro día fue llevado al paredón de fusilamiento y cuando el sargento vociferó la orden final, el universo físico se detuvo. Los soldados (y él mismo) quedaron inmóviles. Mientras tanto en su mente transcurría un año entre la orden y la ejecución para poder terminar Los enemigos. Fue revisando, ampliando, corrigiendo y mejorando su obra. Finalmente dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo epíteto. Lo encontró... Inició un grito enloquecido, movió la cara y la cuádruple descarga de fusilamiento lo derribó. En ese mismo instante murió.  Hasta aquí Borges. Creo que al escritor le sucede algo parecido. Cuando está creando una obra no puede dejar de hacerlo por nada del mundo; cuando una idea ronda en su cabeza debe terminarla para poder estar en paz. Si está inspirado, se siente obligado a escribir. No puede reprimir ese impulso que lo lleva a crear; no se siente libre de decidir si hacerlo o no. Por eso mismo digo que la vocación literaria es una fatalidad. Escribir no es grato. Es grato haber escrito. Pero como dice Adán Buenosayres: “el verdadero poeta lo sacrifica todo a su vocación. ¡Oigan bien, hasta su alma!”.
El último libro de Alejandro Dolina comienza con una escena atípica. Un fantasma se le presenta en la plaza Devoto y le pide que escriba un libro que él mismo no pudo realizar y lo condenó a ser espectro. La recompensa es una flor para enamorar a la mujer de su vida. Pienso que esta escena y el resto de los encuentros con el fantasma explican a la perfección todo lo expuesto en este punto. Dolina confiesa: “El fantasma soy yo... Creo que algo parecido al encuentro con un fantasma sucede en la vocación literaria. Casi ese relato es una alegoría de la vocación literaria: la aparición de fantasmas, o de entidades aparentemente exteriores al escritor, que lo empujan. Después está la pereza de ambos. Los dos, sin conversarlo jamás, sienten que completar un libro es un verdadero castigo. Pero también sienten que no hay más remedio que hacerlo”. La inspiración y la necesidad fatal de escribir.
Finalmente cumplí con lo prometido: escribir como lector. Esta breve pegatina de ideas es una recopilación de diversas y conversas concepciones de la escritura leídas por ahí. Hay muy poco, diría que casi nada, sobre cómo funciona en mí este noble y maravilloso arte de la escritura. Es más, posiblemente no comparta, existencialmente hablando, varias de las afirmaciones aquí vertidas. Quedo comprometido para mi próxima intervención.

sábado, 18 de febrero de 2012

El tiempo pasa

El tiempo pasa
nos vamos enamorando:
de la vida, una persona.
De vos, mi vida,
mi persona,
se enamora más día a día.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Inspiración I

Estoy completamente convencido que el artista no escribe cuando se le da la gana, lo hace solamente cuando está inspirado. O mejor dicho, tal vez sí escribe “cuando se le canta”, sin inspiración alguna, pero no me vengan a decir que eso es arte. Cuando Ernesto Sábato rendía sus exámenes escritos no hacía arte, hacía una prueba. Cuando el Dr. Cormillot escribe una receta no hace arte (aunque cuando escribe un libro tampoco).

Verdaderamente este tema da para mucho, y podría estar horas y horas escribiendo al respecto, pero me veo en la obligación de no seguir escribiendo ya que no me encuentro inspirado (y además no se me da la regalada gana).

lunes, 13 de febrero de 2012

En busca del regalo perfecto

Luego de unos días atípicos (a: no; típicos: no tengo la menor idea; pero significa: no comunes) me decidí. Billetera en mano, salí a recorrer vidrieras intentando encontrar el regalo ideal para mi novia. Pensaba y pensaba qué comprarle pero nada se me ocurría, o mejor dicho, nada se me ocurría que no se me hubiese ocurrido antes (en limpio, no se me ocurría nada original). Cada idea que venía a mi mente era tildada con un “tengo” (como en las figuritas). Pensé en muchas cosas, pero ya había recurrido a todas ellas en pasadas oportunidades. A esta altura debo hacer una confesión: qué difícil es regalarle algo a nuestra amada (y pensar que llevamos juntos “apenas” un año y ochenta y cinco días). Se me cruzaron muchas ideas, por ejemplo, hacer una pintada con aerosol, un poema, una canción, un oso (de cualquier tipo y factor), corazones, carteles en la computadora, grabar un caset (con frases, poemas, canciones de otros o mías, etc.), flores, anillos, pulseras, cadenitas,... pero todo esto ya lo había hecho, ¡hasta la luna le había regalado!. Entonces me dije a mí mismo (ya sé que es una redundancia, pero le da un toque poético): “Seguramente veré algo que me prenderá la lamparita” (sic). Y efectivamente así sucedió, al salir de casa presioné el interruptor y dejé encendida la luz del garaje.

Después de mucho caminar, entrar y salir de negocios, pensar y buscar ESO, que en realidad no sabía bien que era, comencé a desesperarme. Cómo iba a osar entrar en la casa de mi bomboncito sin siquiera llevar algo bajo el brazo (pensé en una docena de facturas pero me pareció muy groncho, y contestarme “el desodorante” me pareció muy estúpido).

No voy a seguir dando vueltas... finalmente compré un libro de poemas y un peluche. Lo hice convencido de que era el mejor regalo que podía hacerle hoy, pero igualmente no era EL regalo. Volví a casa y me puse a pensar sobre este tema, entré en éxtasis, vi la luz, llegó a mi la inspiración divina y... macanas, seguía sin entender como no había conseguido el tan anhelado presente (como sinónimo de regalo y no como tiempo verbal que hubiese sido, por ejemplo, yo consigo)

En conclusión, estoy en condiciones de afirmar que el regalo perfecto no existe (ésta es la parte en que el público exclama AAHHH!), o tal vez sí (lo mío siempre fue la ambigüedad). Creo que todo lo material es efímero, inacabado; lo que verdaderamente hace a un regalo perfecto es el amor. Si señores, lo importante no es el objeto sino el ¿quién?, ¿a quién?, ¿por qué?, y ¿para qué?. Pongamos por ejemplo dos situaciones. No es lo mismo un regalo de un compañero de trabajo, que de un novio. No es lo mismo un regalo a una prima que a una esposa. No es lo mismo un regalo por amor que por cumplir. No es lo mismo un regalo de cumpleaños que por el día de la secretaria. No es lo mismo una bola negra que una negra en bolas. No es lo mismo las ruinas de Machu Pichu que venga un machu te meta el pichu y te deje en ruinas. No es lo mismo...

Volviendo a nuestro tema, es obvio, se deduce de lo dicho, salta a la vista, que no hay que ir a las ruinas de Machu Pichu. Además, vale aclarar, que es el amor, y solamente el amor, lo que plenifica un obsequio. Me atrevería a decir más (¡qué atrevido!) vale más el amor que hay en el regalo, que el obsequio mismo. Que quiero decir con esto (no es que me lo pregunte, sino que voy a aclararlo), que uno valora más un regalo sencillo hecho con amor, que el presente más majestuoso hecho “para quedar bien”. Incluso vale más un beso del ser amado que el mejor regalo de cualquier amigo.

Para terminar quisiera decirles que todo este chamuyo persigue un único fin, el de justificar estos dos regalos miserables que le hice, y de paso me atajo por si alguien le regala algo mejor.

Soneto acerca de la guerra entre el tiempo y el amor

El tiempo transcurre, y todo lo rige
no hay nada que escape a su decisión,
la ley de la vida, eso es lo que dice,
lo que nos acecha es la sucesión.

Los hechos suceden, la vida se pasa
y todo a su paso suele destrozar,
yo solo, escribiendo, en mi humilde casa
tan sólo se salva la palabra amar.

El amor se reposa en la felicidad,
el tiempo no puede colarse en su mundo,
el amor se enamora por la eternidad.

Principio, tal vez, desenlace, jamás,
el amor no ejecuta el acorde final,
la vida termina, el amor vale más.

domingo, 12 de febrero de 2012

Escritores.org

Este simple post es para compartir con ustedes una página más que interesante para escritores en español...

Desde este sitio podrán acceder a cursos, información sobre concursos literarios, biografías de autores, herramientas, recursos, asesoría, y muchas cosas más que los invito a visitar.

Les dejo el enlace: www.escritores.org

Advertencia

Los textos aquí publicados son de mi propiedad intelectual.

Desde lo legal, y en referencia a la obra, implica “para su autor la facultad de disponer de ella, de publicarla, de ejecutarla, de representarla, y exponerla en público, de enajenarla, de traducirla, de adaptarla o de autorizar su traducción y de reproducirla en cualquier forma” (Ley nº 11.723). Y también, entre otras cosas, se prevén penas para aquellos que violen este derecho (arts. 71 y ss.).

Pero quisiera acompañar esta afirmación leguleya con una reflexión más profunda: ¿qué significa, y qué no, ser autor de un texto?. Uno es lo que escribió, lo que está escribiendo y lo que escribirá… y más.
Un texto es como la vida, y la vida es como un texto.
Esta promesa de reflexión busca, más que un análisis detallado, ser una advertencia. Todo lo escrito aquí me pertenece (y no), soy yo (y no), pero no significa, bajo ningún punto de vista, que sea mi pensamiento actual. Y “actual” hace referencia al momento en que estoy escribiendo esto, así como al instante en que ud, estimado lector, lo está leyendo.
Donde ud. vea inconsistencias, quizás las haya; pero tal vez, a lo mejor, en una de esas, sólo sea un cambio. Algunos lo llamarán evolución, otros involución; aquellos incoherencia y éstos vaya a saber uno qué. Lo cierto es que vivimos, nos guste o no, en la era de la fluidez. Uno es y no es, fue, está siendo, y será. Somos tensión, y también contradicción (y no).
Por eso, al leer estos textos, no leerá al Jerónimo de hoy… o sí. No sé.
Pero, de todas formas, le recomiendo que lo lea. O no. No sé.

Presentación

Despierta. Es hora de comenzar a publicar…

Luego de varios años de escribir, llegó el momento de compartir, en forma masiva, los textos que fueron naciendo al calor de la pluma o el teclado.

Escribir no es grato. Es grato haber escrito. Y, más aún, poder compartir mis escritos con ustedes, los lectores.

Este Blog será un lugar donde iré subiendo distintos textos, de distintas épocas, de distintos géneros, de distintos estilos, de los distintos autores que soy.

Aquí podrán leer cuentos, poesías, fragmentos de mi primera novela inconclusa, y demás escritos que vayan apareciendo. Los invito a leer y comentar.

Soy un humilde escritor en busca de soberbios lectores...