Jilverto
fue un provocador. “Zoi
hun probokador”,
solía escribir. Utilizaba indistintamente las “z”, “s” y “c”
donde podían intercambiarse, siempre cuidando elegir la opción no
ortodoxa. Idéntico camino tomaba con “c”, “k” y “q”,
requiriendo cada tanto el auxilio de una “u”. Lo mismo hacía con
“v” y “b”, decidiendo intencionalmente ir contra la norma.
Por último, en lo que a letras respecta, agregaba y quitaba las “h”
para escándalo de los tradicionalistas. En cuanto al género,
celebraba la utilización de “x”, “@”o la “e” para
denunciar el machismo patriarcal del lenguaje.
Decidió
traducir diferentes obras a su nuevo lenguaje. “Hen
hel prynzypyo hera le palabre...”,
comenzaba su Evangelio según San Juan. También se le animó a los
mitos griegos, algunos clásicos de la literatura universal,
historietas y novelitas de poca monta.
Con
el tiempo, Belaskes se dio cuenta que no alcanzaba con provocar.
Luego de deconstruir, de llamar la atención, de desarmar,
desnaturalizar, era necesario construir algo superador. Y optó por
una revolución de lo posible que, no solamente se oponga sino que,
además, sea propositiva y mejore la vida de las personas.
Hizo
una clara opción pragmática por la comunicación y propuso que
todas las “be” fueran “be larga”, “b”, eliminando el uso
de la “v” conocida también como “be corta” o “u be”. Esa
decisión colaboraría a disminuir considerablemente los errores
ortográficos, depurar reglas inútiles y hasta permitir aligerar los
teclados de los dispositivos. Y pasó a llamar “Jilberto”. Se la
jugó por la “k”, quizás por sus inclinaciones políticas,
dejando de lado tantas “ca”, “co”, “cu”, “que” y
“qui”. Le pareció que la “s” era mucho más amigable que la
“z”, para desolación de los fanáticos de aquella serie llamada
“El Zorro” (de ahora en más, “El Sorro”), y la impuso como
antecedente directo de todas las vocales en situaciones de duda (sí,
también borró de un plumazo a las queridas “ce” y “ci”).
Delimitó y unificó el uso de las “j” y las “g”, como así
también las “x”. Y en otra de sus polémicas propuestas
argumentó la inutilidad de toda “h” al inicio de una palabra;
“es
como sero a la iskierda”,
repetía a quien quisiera escucharlo. Algunos fanáticos minoritarios
quisieron destruir todo su trabajo por no haber dicho nada sobre las
“h” que suelen aparecer en medio de unas pocas palabras. Pero ya
sabemos cómo son de funcionales al statu
quo estos
tipos.
Sus
enemigos fueron los enemigos del Pueblo. Del otro lado de la grieta
se encontraban los meritócratas, aquellos cultores del esfuerzo
sinsentido cuyo único objetivo era, y sigue siendo, diferenciarse
del resto. Conservadores, tradicionalistas, que celebran la
dificultad en sí misma sin importarles el para qué. “Siempre
se escribió así”,
afirmaban sin haber leído nunca, siquiera, las Glosas Emilianenses.
Belaskes
explicitó, quizás en niveles no vistos con anterioridad, la
arbitrariedad del lenguaje, el consensualismo oculto en sus normas.
“Es
como esconder algo atrás de un árbol, ir a buscarlo sabiendo que
allí estaba, después celebrar el haberlo descubierto y después
decir que siempre estuvo allí porque la naturaleza lo quiso”,
decía, quizás, parafraseando a Nietzsche. O tal vez nunca llegó a
decirlo.
Su
trabajo, como ya se estarán imaginando, nunca fue aceptado por
realezas y académicos extranjeros. Tampoco en su país, y ni
siquiera en su barrio. Sus intentos por derribar el sistema elitista
y excluyente no dieron los frutos esperados. Al Poder no le gusta que
lo cuestionen y es muy difícil darle batalla. Pero quizás su mayor
pecado fue no contar con, ni buscar, ni plantearse, el apoyo popular,
típico error del progresismo ilustrado que camina solo y demasiado
adelante (y no siempre anda bien rumbeado). Si se hubiese sumado a la
comunidad de base llamada “Konstruxión Kolectiva”, tal vez...
* Publicado en "Catálogo de Artistas".